martes, 7 de octubre de 2014

Una oportunidad para la paz

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Con un grupo de colegas y amigos cubanos y colombianos hemos ubicado una serie de lugares habaneros que podrían servir de sede lúdica a los diálogos.
Por: Óscar Domínguez G./ Especial para El Espectador

Como un aporte a la esquiva paz, “soy capaz” de sugerir escenarios relajados en La Habana para que avance el proceso, y no le chucen la correspondencia al jefe negociador, el exnadaista Humberto de la Calle, quien debe escuchar para inspirarse en tiempos de incertidumbre, la canción de Lennon que le da título a estas líneas.
No ayuda a la reconciliación sentarse siempre “en el mismo lugar y con la misma gente”. Por reglamento, si los negociadores se ven en una calle habanera, el primero que ve al otro cambia de acera para no comprometer su independencia, ni enfurecer al presidente Santos en la inauguración en la que esté, o al jefe Timochenko en el rastrojo en que se encuentre.
Solemne bobada. Si compartieran más los lugares mágicos que tiene la capital cubana, se podría generar mayor confianza. La misma que generó hace poco el senador Uribe Vélez al compartir su dosis personal de maní con su paisano el ministro de Salud, Alejandro Gaviria.
Con un grupo de colegas y amigos cubanos y colombianos hemos ubicado una serie de lugares habaneros que podrían servir de sede lúdica a los diálogos. Soy un mero amanuense de este mapa gastronómico.
Desde mediados del siglo pasado, funciona en El Vedado, en la calle 19 esquina a L, un cabaret con un aviso publicitario un poco obvio: "La red, donde el amor queda aprisionado".
Con una penumbra discreta, era - es- el sitio preferido para los romances recién iniciados, o clandestinos, con el fondo musical propicio. El son nunca se fue de Cuba.
Un poco más allá, en 21 y O, el restaurante-bar Monseñor, donde todavía anida el espíritu de Bola de Nieve y su piano celestial, y esa voz única que le hizo decir a Edith Piaf, el gorrión de Paris, durante una visita a La Habana, que después de oír cantar a Bola “La vida en rosa” iba a sentir vergüenza de interpretarla.
Bola, como le decía una ínfima minoría, solía referirse así su voz ronca, un murmullo: “Tengo la voz de un vendedor de mangos”. Y repetía "Vete de mi", para locura de su auditorio.
Pero el rincón preferido de los amantes es el malecón habanero, con sus penumbras y sus zonas de densas oscuridades, propicias a todos los extravíos, y la cercanía de un parque cómplice en las cercanías del puerto por si la pasión se desborda. (En las mañana, era posible ver trotar por el callejón al exembajador Julio Londoño, disfrazado de sí mismo. A lo mejor eso hacen ahora los negociadores).
Están listos para acoger a los negociadores colombianos los bares del puerto y un poco más allá la Habana Vieja, con su atmósfera que invita a conquistas más sofisticadas.
Al fondo del Gran Teatro de La Habana –el reino de la danza clásica, la ópera y la zarzuela- en pleno Paseo del Prado, el cabaret Nacional que, además de la penumbra pecaminosa, ofrece música de la buena.
Más allá, el bar Floridita, con un Hemingway de bronce acodado en la barra, meditabundo y silencioso, un daiquirí al alcance de la mano. Penumbra discreta. El que vaya a La Habana y no visite el lugar no estuvo del todo. Parte de los viáticos de los negociadores oficiales y el dinero proveniente de la perica de "Lafar", sin duda, se han ido allí.
Que no falte el cabaré El submarino amarillo, en 17 entre 4 y 6 en El Vedado, sitio de culto de los beatlemaníacos, con las canciones de oro del cuarteto Liverpool.
A 72 pasos, el parque donde un Lennon en bronce, ve pasar la vida, siempre en compañía de alguien que le confiesa alguna pena de amor inconsolable. El barman hará las veces de siquiatra. (En El Vedado, turistas de dólares escasos pueden alquilar habitaciones cómodas, con o sin comida. De ñapa, le enciman su visión de la Cuba de hoy. Los escandinavos, entre muchos otros, pasan los inviernos en la isla).
Pongan en la agenda las "discotembas", dispersas por toda La Habana, adonde acude la "jodentud" en busca de pareja. Son bienvenidos solitarios que deseen sumergirse en el vaivén trepidante de la música. Y el baile, siempre el baile, ese inseparable complemento de la cubanía, en mestizaje profundo con las raíces africanas de su idiosincrasia y cultura.
La divina Alicia Alonso, una de las fundadoras de la escuela cubana de ballet, afirma que los cubanos tienen una forma de andar marcada por el ritmo de la danza. "Tumbao", que llamamos en Macondo.
Al final, casi en las afueras, los cabarés de culto en los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado, donde la Lupe derramaba sus canciones pasionales, irreverentes, o el Chori hacía restallar los tambores con un ritmo venido del fondo de la tierra.
Un sitio que no puede faltar: El rincón del bolero, ese “corruptor de mayores”. Su santuario está instalado al principio mismo de la barriada habanera de Miramar y se llama Dos gardenias, de Isolina Carrillo. Es uno de los boleros por excelencia.
Por allí desfilan no sólo las parejas sino también los músicos nacionales y venidos de todas partes del mundo, cultores de los más diversos géneros, del jazz al flamenco, de la rumba a la música electrónica. Diego, el Cigala, afirma que el flamenco tiene unas raíces indisolubles, entrañables, con el bolero, un invento cubano por más que se lo quieran apropiar en otras parroquias. Esos no pasarán.
Dos gardenias es un lugar sin protocolos, desenfadado, desalmidonado, como dicen los isleños. Cualquier músico puede dejar de ser espectador para buscarse un rinconcito cerca del piano y cantar desde allí el bolero que su inspiración, sus nostalgias o recuerdos le dicten. Si le pone imaginación se puede sentir en el bar de la película Casablanca, convertido en fugaz Humphrey Bogart.

LA COMIDA CUBANA
Aquí y allá (no olvidar los famosos Paladares, verdadero guantánamos gastronómicos) se puede disfrutar la variada comida de la isla. Un buen plato puede hacer más por la paz que la prosa de De la Calle y Márquez juntos:

Moros y cristianos: Arroz con frijoles negros, se diferencia del congrí, que es con frijoles colorados o bayos, y aun con el frijol carita, pequeño, de un color cremoso, café pálido, con un diminuto corazón negro, en el centro. La sazón varía, depende de la imaginación o el deseo de aventura de quien lo cocine.
Frijoles negros dormidos: Es el plato por excelencia de La bodeguita del medio, por donde han pasado todos los famosos que en el mundo han sido, en las letras, la política, la historia o las artes. Los frijoles se cuecen, si es posible con un hueso pelado de carne de puerco, se sazonan con ajo cebolla, laurel, y se dejan “dormir” en la cazuela hasta el día siguiente para que adquieran un espesor casi aterciopelado. Se ponen de nuevo en la estufa y se les agrega un ingrediente mágico. Hay quienes dicen que una cucharada de azúcar y un “tincito “ de vinagre. Quién sabe. No hay cocinera que se precie de serlo, capaz de confesarlo.

Yuca con mojo: una ambrosía para el paladar. La yuca tiene que alcanzar un punto exacto de cocción, que excluye la dureza excesiva, tiene que abrirse en una florescencia sedosa. Luego viene el aliño. Hay quienes lo hacen con una mezcla de limón o naranja agria, cebolla y ajo triturados y desleídos. Crea adicción. Así lo han reconocido algunos personajes famosos de la intelectualidad y la política colombianas.

Ropavieja: Carne hervida previamente en la sopa de plátanos, pero por poco tiempo, para que no suelte del todo su sustancia. Luego se deshilacha con los dedos en largas hebras de grosor variable, se ripia como se dice en el oriente cubano (de ahí el sobrenombre de ropavieja) y se sazona a gusto. En el oriente del país se le agrega un ají verde también partido en largas tirillas, tierno, jugoso, no picante, que avanza por franjas hasta quedarse en la memoria del paladar.

Sopa de plátanos. Su mayor gracia son las bolas redondas del plátano verde o con un toque pintón (es decir, cuando empiezan asomarse los primeros índices de una maduración cercana). Se aplastan los plátanos con un tenedor (antes se hacía con el fondo de una botella), luego se amasan hasta redondear las bolas, se les añade ajo triturado y chicharrones de cerdo fragmentados en pedacitos, y se vuelven a sumergir en el caldo oloroso para espesarlo. Tienen el sabor y la fragancia del trópico cubano. Pura delicia.

Peononos: Son unas bolitas medianas de plátano pintón, rellenas con picadillo de carne a la habanera. Luego se sumergen en una capa ligera de harina blanca y se fríen en aceite caliente para extraerlas casi en seguida, de manera que el dorado de su superficie externa no se dañe.
Masas de puerco asadas: Se sacan del horno cuando están semidoradas, en lonjas largas de grosor mediano, previamente aliñadas, derramando en torno su aroma, a veces cubiertas con finas rodajas de cebolla, previamente sumergidas en agua, para liberarlas de un exceso de acidez. Después esas rodajas se sofríen ligeramente para broncearlas con un dorado muy tenue y una apariencia sedosa, transparente a trasluz.
En Bogotá hay un sitio especial para degustar estas delicias, Moros y cristianos, de estirpe puramente cubana, regentado por la chef Ania Martí Moya, que conserva íntegros los sabores y olores de su tierra, con el daiquirí y el mojito como aperitivos placenteros.

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