sábado, 6 de septiembre de 2014

La herencia de Ana Mercedes Hoyos


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Ayer, a los 71 años, falleció la pintora bogotana, una de las más importantes artistas del país.
La artista posa junto a una de sus obras.
La obra de Ana Mercedes Hoyos constituye uno de los más sobresalientes logros del arte latinoamericano de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Su trabajo fue coherente con su ánimo creativo y con su tiempo; como pintora, alcanzó una sabiduría y una exquisitez poco común en el arte nacional, y como escultora, modalidad a la cual se dedicó en sus últimos años, abrió caminos inéditos e hizo señalamientos cuyos alcances, tanto artísticos como sociales, perdurarán indefinidamente.
Ana Mercedes Hoyos fue siempre, además, un ejemplo de dignidad y pulcritud artística; una pintora y escultora independiente que no buscó nunca manipular los sistemas del arte en su propio beneficio, que no hizo parte de juntas asesoras ni de conciliábulos excluyentes, que lo único que le importó fue su trabajo, y por supuesto, también, San Basilio de Palenque, pueblo a través del cual se introdujo en el tema de la afrocolombianidad y de la esclavitud a cuya revisión e investigación dedicó los últimos años de su vida.
La obra de Ana Mercedes Hoyos constituye uno de los más sobresalientes logros del arte latinoamericano de finales del siglo XX y comienzos del XXI.
Ana Mercedes comenzó a destacarse en el panorama artístico nacional en los años sesenta del siglo pasado, cuando cursaba estudios en la Universidad de los Andes y su trabajo, que involucraba temas publicitarios, estaba estrechamente relacionado con el movimiento pop, el cual absorbía por ese entonces la atención de los artistas de vanguardia.
Poco tiempo después, sin embargo, comenzó a tomar una senda cada vez más reduccionista, menos interesada en los detalles y rayana en la abstracción.
Es el período de sus representaciones arquitectónicas y en particular de sus Ventanas, lienzos en los cuales la geometría, planteada a través de un colorido plano, juega un papel preponderante. Lo curioso de su pintura de esta época es que, a pesar del raciocinio geométrico y constructivo que la guía, sus trabajos nunca renunciaron a representar la realidad y, más aún, nunca renunciaron a un enfático realismo que les otorga un carácter singular y paradójico a su producción.
Pero la artista iría acercándose cada vez más al vano de la ventana, concentrándose en el espacio impreciso detrás la geometría, hasta reducir la referencia arquitectónica al formato mismo de los lienzos y hasta plasmar únicamente el cielo, o mejor, encuadres del firmamento que, a pesar de permitir identificar, con algo de esfuerzo, tonalidades azulosas, eran prácticamente blancos.
Obra de la artista Ana Mercedes Hoyos, 'Sin título', del 2004.
Estos trabajos fueron bautizados como Atmósferas y, como era de esperarse, resultaron totalmente incomprensibles para el público que no atinaba a seguir su raciocinio puesto, que todavía equiparaba la calidad artística con la dificultad interpretativa, pero no así para la crítica que supo identificar uno de los procesos reduccionistas más ingeniosos y particulares llevados a cabo en ese momento de orientación minimalista, ni para los conocedores que le otorgaron a uno de estos lienzos el Primer Premio en el Salón de Artistas Nacionales (1978).
Puede decirse que su obra había llegado –siguiendo los planteamientos modernistas– al máximo del rigor, a una especie de vacío, de carencia de motivaciones y de expectativas. Pero es en ese momento cuando toma la determinación de regresar el arte a la vida, de devolverle su injerencia en lo pertinente al individuo y a la sociedad, y de reanudar la exploración de las infinitas posibilidades de emoción, de gozo, de entusiasmo, de furia o de tristeza que se encuentran día a día, optando por adentrarse nuevamente en la pintura figurativa y de imbuirle diversas reflexiones, ya no sobre el arte mismo, sino sobre el mundo y sobre la vida.
Después de un período de pinturas circulares como sus Girasoles, con los cuales armaba instalaciones complementadas por los sugerentes colores que aplicaba a los muros, la artista pasó a la representación de naturalezas muertas referidas a varios capítulos de la historia del arte, pero especialmente a las ‘palanganas’ con frutas que las palenqueras portan sobre sus cabezas y ofrecen en las playas de Cartagena para calmar la sed de los turistas.
Los pedazos de patilla mirados de frente son círculos. Ese fue uno de los cuidadosos detalles que tuvo la artista en su magnífica obra.
Son trabajos que no siguen la ortodoxia de las naturalezas muertas, puesto que son representados en espacios exteriores y respetan el orden geométrico que las palenqueras les otorgan en sus cortes y distribución: los pedazos de patilla mirados de frente son círculos, las piñas, poliedros, los segmentos de papaya o de melón, triángulos, y así sucesivamente.
Todo esto revela no solo la agudeza visual de la pintora, sino la sabiduría inmemorial de las palenqueras en estos menesteres y su rancia y especial manera de mirar las frutas, de apreciarlas y de abrir su apetitoso interior.
Pero los bodegones de Ana Mercedes Hoyos son apenas la parte inicial de su trabajo sobre las costumbres y características de San Basilio de Palenque. La artista realizó pinturas, por ejemplo, acerca de la afición de los palenqueros por el boxeo y el fútbol, sobre los juegos comunitarios y los desfiles religiosos que se llevan a cabo en esta población calurosa, polvorienta y pobre, pero que son un despliegue de tradiciones y de elegancia, según puede comprobarse en los alumnos de las escuelas que marchan, con sus uniformes impecables, al compás de tambores y sobre todo de bombos decorados con la bandera nacional y manejados por atractivas adolescentes.
No sobra precisar que los palenques o poblaciones de esclavos evadidos fueron atacados en numerosas ocasiones por las fuerzas gubernamentales, pero que los palenqueros de San Basilio se las arreglaron para permanecer libres y conservar parte al menos de su modo de vida, de sus hábitos y de sus preferencias en diversas materias.
Y es por esta razón que los palenqueros no fueron considerados por la artista únicamente como un ejemplo connotado dentro de la diversidad cultural de la sociedad colombiana, sino como un emblema viviente de autonomía, de independencia, de rechazo a todo tipo de sometimiento. La nobleza que les confiere saber que sus antepasados se mantuvieron erguidos y lucharon ferozmente por su emancipación es perfectamente reconocible en la actitud airosa y en el latente orgullo que se percibe en las representaciones de Hoyos.
Más recientemente, la artista había incursionado en la escultura produciendo en bronce unas cabezas de palenqueras de grandes dimensiones que recuerdan a las esculturas de Benín y que ostentan lazos de pátinas de distintos colores que les otorgan una vivacidad acorde con su temperamento. Cada vez era más claro, sin embargo, que su obra había ampliado su horizonte y que ahora estaba referida en primer término al tema de la esclavitud, al tráfico de personas con fines económicos que ha existido, tal vez desde siempre en el planeta, aunque su pintura enfoca particularmente el caso de la esclavitud africana y de la población afro-descendiente de Colombia.
Estas últimas obras se desarrollaron a partir de un mapa de América, en el cual se hallan contenidos los cinco virreinatos españoles donde el comercio de esclavos fue un rasgo de ignorada importancia en la conformación de las sociedades y culturas resultantes. También se desarrollaron a partir de las imágenes del Brooks, famoso barco negrero donde eran trasladados los esclavos en condiciones infrahumanas al continente americano y cuyas características la artista convirtió en una instalación que permite imaginar su sufrimiento.
Lss palenqueras hicieron parte de la inspiración en buena parte de la obra de Ana Mercedes Hoyos.
Es decir, sus últimos trabajos estuvieron referidos a temas relativos a la historia, circunstancias y situación de las comunidades afro en Colombia, y sobre todo a la fuerza de sus tradiciones, de sus convicciones y creencias, las cuales han sobrevivido a pesar de la precariedad de sus condiciones y de la continuada aculturación de que han sido objeto. También ha registrado su manera de expresarlas a través de manifestaciones inconscientes pero que la artista ha identificado y ha señalado como una especie de símbolos, o por lo menos de elementos elocuentes acerca de sus particularidades culturales.
Y así como las palanganas con frutas son uno de esos símbolos, también lo son los cuchillos, los barcos de esclavos, los tambores y los lazos. Lazos que no sólo hablan de tradiciones, ya que son un elemento reconocible en viejos atuendos africanos, sino de conceptos como el de gusto y elegancia referidos a los palenqueros.
Los lazos han sido elementos ornamentales en el vestuario de prácticamente todas las culturas. Pero no este lazo en particular, con sus grandes argollas y su suave caída brotando de un nudo central y conformando, por medio de las líneas que demarcan sus formas, una especie de telaraña o de complejo tejido que invita a ser representado a través de la sinuosidad.
Y eso es lo que ha hecho Ana Mercedes Hoyos, porque a pesar de tratarse de óleos sobre lienzo, estos trabajos son ante todo dibujos: concreciones de ideas a través de líneas creadoras de planos, contornos, perspectiva, volumen y espacio; representaciones gráficas de refinadas costumbres y acendrados valores que se traslucen en actividades tan simples y corrientes como las de atar y engalanar.
La obra de Ana Mercedes Hoyos constituye, en conclusión, un invaluable legado para la cultura colombiana. En cada una de sus etapas, la artista aportó un singular y elocuente punto de vista y una particularidad perfectamente concatenada con sus valores artísticos y humanos. Su nombre perdurará en la historia el arte como un ejemplo de talento y recursividad, como el de una artista para quien la obviedad no fue nunca un señuelo y como el de una pintora que, sin inmiscuirse en los egoístas tejemanejes del arte, logró ejecutar una de las obras más sensibles e inteligentes que han surgido de la sociedad colombiana.
EDUARDO SERRANO
Especial para EL TIEMPO

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