domingo, 6 de julio de 2014

Debajo del palo de mango


Acotación al artículo de Ana Cristina Restrepo Jimenez en la publicación UNIVERSO CENTRO, por Oscar Dominguez G, con su curiosa y picante pluma.  Es para disfrutar ambos escritos.



Juan Fernando Ospina 






Señor director salud. Traté de dejar este mensaje en la página web de Universo, pero no fui capaz. La técnica que me sigue pidiendo papeles. o 



Director:
Confieso que he vivido pero ahora me toca confesar  que me siento vejado, ofendido, “descontextualizado”, calumniado, por la crónica de la señora Ana Cristina Restrepo en Universo Centro de junio (El árbol del brujo) que encontré el bar de Otraparte y en La Tienda del vino.
Invoco la ley de prensa y la declaración universal de los derechos humanos para hacer valer mis atropellados derechos.
AC –como se llamará en adelante la periodista- ha ofendido mi prontuario vital y me ha presentado como un vulgar ladrón de naranjas en mi infancia en Envigado. Es cierto el episodio que cuenta con el Brujo González. Es más, alguna vez, al llenar un registro de hotel en un pueblito alemán donde me pedían comentar alguna señal particular, escribí, más menos: Fernando González me llamó ladrón y cambió mi vida.
Pero no nos vayamos “a” por las ramas. Con “mi primera patria”, la infancia, no se mete el que quiere sino el que puede.
Para empezar no viví mi infancia en Envigado, aunque ganas no me faltaron. En Envigado viví mi adolescencia, de los 15 a los 20 años, cuando andaba, medio embolatado existencialmente, como colgandejos sospechosos como los que se pone en la oreja el editor de su publicación, el “garufa” del Pascual Gaviria. Es lo primero que deseo aclarar.
Lo segundo, que en mi cada vez más remota infancia cogía, no robaba mangos, como dice el jardinero de Otraparte, don Juan Restrepo, colega del jardinero alterno, el callado Sergio Restrepo.
Desde mis primeros años, pues, el mango ha sido mi fruta prohibida. Hasta el punto de que pienso que si la serpiente en lugar de ofrecerle manzanas a Eva la hubiera tentado con mangos, habría caído más rápido.
Ahora, como el azar se permite sus ironías, el mismo día que leí la bella e investigada crónica de AC, mi amiga Zulma Beatriz, de Salamina, Caldas, me traía mangos de Santa Bárbara, el municipio donde transcurrió mi niñez, antes de hacer el tránsito a Aranjuez-Berlín, donde empecé el cursillo de eterno citadino.
Lo primero que hago cuando tengo un mango en la mano es olerlo. Hice lo mismo con el mango de Zulma y de mi pariente Juancarlos. Y lo olí con el siguiente saldo: me olió a los mangos de mi infancia, el equivalente al olor de la guayaba para un señor que redactaba muy bien, y a la magdalena, en el caso de otro que sabía poner bien los puntos y las comas, de apellido Proust, creo. Es definitiva: la nostalgia entra por la nariz.
Casi no me como ese mango santabarbareño. Después de despacharlo con lujuria de casi septuagenario, no dudo en proclamar “Uribe et orbi”, perdón, urbi et orbi, que es el mejor del mundo. Ese y en general los que se dan en el eje La Pintada-Minas, incluido Montebello, mi pueblo natal.
Diría también que el mes julio que apenas empieza, fue hecho para el mango y el mango para julio. En su jurisdicción de días, se celebran las fiestas del mango en Santa Bárbara.
Al mango, como al ajedrez, lo inventaron en la distante India. El ajedrez y el mango se parecen en que con ninguno de los dos se puede hacer jugo de guayaba. Por eso mi corazón está repartido miti-miti entre el mango y el ajedrez, el juego de todas mis vidas.
Nadie es el mismo después de comer mango biche o maduro con sal. O en dulce o esponjado. O preparado con piña frappé. ¿Qué tal el mango mágico, mezclado, licuado y colado con fresas? Para datos adicionales, favor comprar el libro de Emoke Ijjász y María Cristina Rincón titulado "Jugos-zumos-batidos".
Tengo una cordial discrepancia con AC, en relación con el aporte del mango a la liberación de estas repúblicas del yugo chapetón.
Creo que para liberar cinco repúblicas, Simón Bolívar se inspiró comiendo mangos. Claro que el Nobel García Márquez en su obra "El general en  su laberinto", como lo recuerda AC,  agradece al historiador bolivariano Vinicio Romero Martínez que le hubiera evitado el error de decir que el caraqueño "no pudo comer mango con el deleite infantil que yo le había  atribuído". ¡Porque no lo había!
Como dice Henry Fiol "pena me da" con el Nobel y con don Vinicio, pero encontré una referencia a la existencia del mango en Colombia. La trae el magnífico cronista sueco Carl August Gosselman, en su hermosísimo libro Viaje por Colombia, editado por el Banco de la República, en el que afirma que cuando nos visitó (1825-1826), esa fruta se comía en Colombia. O sea que la Libertadora del Libertador no fue sólo Manuelita, sino el mango que comió el caraqueño ilustre.
La prueba reina de la existencia del mango en tiempos de Bolívar, está consignada en la página 229 del libro “en comento” y el cual compré en alguna librería agáchese en cuatro mil pesitos:
“Al observar ese jardín sombreado por limoneros y naranjos y la abundancia de frutas exóticas y deliciosas como la piña, el mango, la chirimoya, no sería aventurado sospechar que aquí pudo haber estado ubicado el Edén, tanto como en Mesopotamia, y que nuestros primeros padres pudieron haber sido americanos, lo mismo que asiáticos, sobre todo viendo la existencia del cuerpo del delito del Paraíso: el fruto prohibido, que con tanta abundancia y riqueza se da aquí”. La mención del sueco al mango es tacaña, pero elocuente, certera.
El nórdico Gosselman, activista del nuevo periodismo de su época, también se deja venir con una contundente descripción del Medellin y el Envigado de 1826, cuando la Bella Villa tenía 9.500 habitantes:
“El valle me recuerda una quilla de barco. Sus costados están formados por los cerros; en su cúspide está Envigado, y en su base, Medellín. Sus casas rojas y verdes alamedas limitan por un costado con el paisaje alegre de prados, arboledas, sembradíos, arbustos y pueblos desparramados a ambos lados de la cordillera bañados por las curvas del río. Esto nos hace sentir que nada falta para que sea el lugar ideal y fomenta el deseo de vivir y morir en esta libertad. Si no es así, al menos hará surgir el siguiente interrogante: ¿Será posible encontrar un paraje más hermoso en la tierra?”.
Y como hablamos de mango y Bolívar, me abro del parche, citando lo que dice don Carl sobre el Libertador, a quien todo parece indicar que conoció “personalmente en persona” a juzgar por la descripción que hace de él:
“Bolívar no tiene más de 45 años, pero se ve bastante más viejo; la explicación es la vida que ha tenido que llevar. Su figura es más bien pequeña y delgada, aunque sus extremidades son bien proporcionadas. Es dueño de una fuerza y agilidad poco comunes. Su cara es alargada y  está adornada con unos ojos oscuros, llenos de vigor y penetrantes y una nariz grande y curva. Su pelo es liso y negro, al igual que sus bigotes y patillas. La piel está curtida por los vientos. En general reina en todo su aspecto una seriedad segura y de grandeza, mezclada con algo de meditación. Su figura, cuando se encuentra rodeado por amigos, resaltada por su bondad y viva alegría”.
Creo que no le quito más tiempo. Espero que mi nombre haya quedado limpio de polvo y paja después de leer la crónica sobre el mango con retratos suyos.
Mis respetos a Lucas, el gato de Otraparte, quien debe vivir “en la eternidad del instante” como Beppo, el gato de Borges.
Servidor (de tintos) odominguezg

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