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LA PLAGA DE LOS CRÍTICOS ANÓNIMOS
Escrito por Manuel Corral Vide el Martes, junio 25, 2013 · 
Desde su visión protagónica como cocinero y la particular 
afinidad con el periodismo, Manuel Corral Vide, propietario de Morriña, 
nos deja sus impresiones sobre los críticos anónimos, muchas veces 
hirientes y casi siempre poco y nada capacitados para opinar.  
En todo tiempo y lugar, y mas en esta época donde florecen los “opinólogos multiuso”, siempre hubo gente dispuesta a opinar de lo que no entiende, algunos hasta se toman la molestia de advertir “no entiendo, pero me parece que…”, en fin, muletilla para que quede en claro que van a “hablar por boca de ganso”.
 Por ejemplo, en un blog de un ser innominado que vive en El Salvador, 
éste inicia una columna de crítica gastronómica en estos términos: “Comienzo
 a escribir esta columna con dos propósitos, tal vez tres: compartir con
 ustedes las experiencias culinarias que tengo a diario en nuestro 
querido país, para colaborar en su toma de decisiones (…). No
 soy chef ni especialista en degustaciones. Tampoco un crítico de cocina
 al mejor estilo del que aparece en Ratatouille. Simplemente me gusta 
comer bien, que en los restaurantes atiendan bien a los clientes, con 
los mejores productos y que como salvadoreños vayamos cambiando esa 
costumbre de decir que ‘todo está bien’ cuando nos preguntan: ‘¿Qué tal 
estuvo todo?’, aunque salgamos hablando pestes del lugar por no haber 
tenido el valor de hacerle sugerencias al cocinero. Prefiero usar un 
seudónimo para que las opiniones a expresar tengan la mayor 
imparcialidad posible. Y no pretendo decir que mis juicios son “verdad divina”.
El señor aclara que no es especialista, pero que le gusta comer bien (lo
 que a su entender ya le daría autoridad en la materia). Prefiere el 
anonimato (con la excusa de imparcialidad) para no hacerse cargo de lo 
que escribe. Y, con falsa modestia, aclara que no es Dios, en tanto 
poseedor de la “verdad divina”. Me hace acordar el famoso dicho “zapatero, a tus zapatos”.
 Como es sabido, se utiliza la frase para indicar a alguien que no 
opine, ni juzgue sobre aquello que no entiende. La historia de su origen
 la relata Plinio el Viejo (de quien los estudiosos de la historia de la
 gastronomía tomamos sabrosos datos), en su Historia Natural,
 tratado escrito en el Siglo I. Cuenta don Plinio que Apeles, el más 
grande de los pintores griegos, somete  sus obras a exigentes 
autocríticas. En su obsesión, tenía por costumbre exhibir sus cuadros en
 la plaza pública, y se escondía con disimulo detrás de ellos para 
escuchar los comentarios y opiniones de los transeúntes cuando se 
detenían a observar su obra. Una tarde, pasa un zapatero, deja caer la 
mirada en el cuadro y estallando en carcajadas, se burla del tamaño de 
una sandalia en un retrato de cuerpo entero. El pintor acepta con 
humildad el comentario, y ya en su estudio, corrigió el defecto. Pero al
 día siguiente, el zapatero volvió a pasar y, al ver con orgullo que el 
pintor corrigió la sandalia, empezó entusiasmado a criticar otras partes
 del retrato. Entonces, Apeles, indignado, exclamo: “¡Zapatero, a tus zapatos!!!”
Vienen a cuento estas disquisiciones en un tiempo en que, escudados en 
el más absoluto anonimato y, amparados en la falta de leyes que 
reglamenten las acciones de los usuarios de Internet, cualquiera se 
lanza a dañar sin fundamento la imagen de cocineros y restaurantes. La 
actitud de los responsables de Fondo de Olla,
 entre otros sitios igualmente serios, firmando cada uno de sus 
comentarios (en ocasiones lejos de ser complacientes), demuestra que se 
puede criticar honestamente. En definitiva, toda crítica bien 
fundamentada es bienvenida, ayuda a corregir errores, crecer en la 
actividad. ¡Pero no se puede opinar de lo que no se entiende, ni hablar 
porque el aire es gratis! Hace un tiempo, uno de los responsables de la Guía Oleo,
 reconoció que se detectaron (IP mediante) críticas de competidores 
directos del establecimiento afectado, y trataron de compensar 
habilitando la posibilidad de respuesta, buena iniciativa que no repara,
 sin embargo, el daño hecho.
La guía Yelp, nacida en los Estados Unidos y ya 
vigente en Canadá y varios países de la UE, recibió pedidos de 
restaurantes para que los sacaran de su base de datos. En Italia, un 
chef demandó y ganó un juicio a una persona que lo criticó (amparado en 
el anonimato) con saña destructiva apelando a mentiras; pasó algo 
similar en China y en otros países de Europa. Pero en mi humilde 
opinión, la simple decisión de exigir todos los datos de filiación al 
crítico potencial darían mas seriedad a la cuestión: nadie se animaría a
 mentir si sabe que puede responder a una demanda por daños y 
perjuicios, lucro cesante, etcétera.
Las anécdotas son infinitas: un comentario sobre lo mal que se come al 
mediodía ¡en un restaurante que nunca abrió al mediodía!, una señora que
 participa de una cena de ocho personas, que no paga ella, y vuelve 
cuando el establecimiento ya está cerrado ¡mostrando un vaucher y 
exigiendo que le hagan el descuento!, y escribe que no cumplen con las 
promociones. Alguien que se embriaga en compañía de otra pareja, arma un
 escándalo, agrede a otros comensales, no paga, ¡y dice que comió mal y 
le cobraron de más! Otro que cuenta los trozos de pulpo en una paella y 
dice que estaba duro ¡cuando en la paella de ese restaurante no se 
incorpora pulpo por razones obvias! No falta el que acusa de maltrato a 
un mozo, que sólo indica que cuiden al niño que está rompiendo 
alegremente parte de la vajilla, y corre el riesgo de lastimarse.
Es fácil difamar desde el anonimato que garantizan las guías on line.
 Por otra parte, no cualquiera tiene conocimientos y cualidades que lo 
conviertan en buen crítico; un buen futbolista, por ejemplo, no es 
necesariamente buen analista o comentarista de ese deporte. Somos 
conscientes de que el público, gracias a blogs, revistas y cursos, 
viajes, están más informados sobre alimentos y bebidas. Pero se corre el
 riesgo de creerse habilitado para opinar de temas arduos, que requieren
 experiencia, y caer en la tentación de “hablar por boca de ganso”. Este dicho nace de la antigua costumbre de llamar “gansos”
 a los pedagogos, tutores o ayos, que enseñaban a los niños con el 
método de memorizar, repetir las ideas impartidas como si fueran 
propias, hablar, en definitiva, “por boca de ganso”; de la misma manera muchos “conocedores” repiten lo leído u oído sin analizar su veracidad.
Quien es criticado, tiene el derecho de conocer la idoneidad del 
crítico, y si amerita ejercer el derecho a réplica en el mismo medio 
donde se publicó la crítica que se considera ofensiva. Pero si el que 
agrede se esconde en seudónimos del tipo “pancho satisfecho”, “comilón tuerto”, “poco me importa”,
 no dan ganas de dar batalla, emular a Don Alonso Quijano arremetiendo 
contra los molinos de viento. Resumiendo, detrás de la carrera de un 
cocinero o la trayectoria de un restaurante, hay en general mucho 
sacrificio, horas quitadas al sueño y la familia, quebrantos 
financieros, cierres y aperturas que encierran dramas y alegrías. Pero 
es justo que se critiquen las cosas mal hechas, fuera de las reglas del 
arte culinario, o los abusos, también los aspectos subjetivos como los 
puntos de cocción, presentación de los platos, sistemas de servicio, 
decoración; la condición es una: que se hable o escriba siempre con 
conocimiento de causa, dando la cara y poniendo la firma al pie de cada 
opinión. A predicar con el ejemplo: mi nombre es Manuel Corral Vide, 
cocinero y periodista.
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