martes, 5 de agosto de 2014

LA PLAGA DE LOS CRÍTICOS ANÓNIMOS


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LA PLAGA DE LOS CRÍTICOS ANÓNIMOS

Escrito por  el Martes, junio 25, 2013 · 
Desde su visión protagónica como cocinero y la particular afinidad con el periodismo, Manuel Corral Vide, propietario de Morriña, nos deja sus impresiones sobre los críticos anónimos, muchas veces hirientes y casi siempre poco y nada capacitados para opinar.  
En todo tiempo y lugar, y mas en esta época donde florecen los “opinólogos multiuso”, siempre hubo gente dispuesta a opinar de lo que no entiende, algunos hasta se toman la molestia de advertir “no entiendo, pero me parece que…”, en fin, muletilla para que quede en claro que van a “hablar por boca de ganso”. Por ejemplo, en un blog de un ser innominado que vive en El Salvador, éste inicia una columna de crítica gastronómica en estos términos: “Comienzo a escribir esta columna con dos propósitos, tal vez tres: compartir con ustedes las experiencias culinarias que tengo a diario en nuestro querido país, para colaborar en su toma de decisiones (…). No soy chef ni especialista en degustaciones. Tampoco un crítico de cocina al mejor estilo del que aparece en Ratatouille. Simplemente me gusta comer bien, que en los restaurantes atiendan bien a los clientes, con los mejores productos y que como salvadoreños vayamos cambiando esa costumbre de decir que ‘todo está bien’ cuando nos preguntan: ‘¿Qué tal estuvo todo?’, aunque salgamos hablando pestes del lugar por no haber tenido el valor de hacerle sugerencias al cocinero. Prefiero usar un seudónimo para que las opiniones a expresar tengan la mayor imparcialidad posible. Y no pretendo decir que mis juicios son “verdad divina”.
El señor aclara que no es especialista, pero que le gusta comer bien (lo que a su entender ya le daría autoridad en la materia). Prefiere el anonimato (con la excusa de imparcialidad) para no hacerse cargo de lo que escribe. Y, con falsa modestia, aclara que no es Dios, en tanto poseedor de la “verdad divina”. Me hace acordar el famoso dicho “zapatero, a tus zapatos”. Como es sabido, se utiliza la frase para indicar a alguien que no opine, ni juzgue sobre aquello que no entiende. La historia de su origen la relata Plinio el Viejo (de quien los estudiosos de la historia de la gastronomía tomamos sabrosos datos), en su Historia Natural, tratado escrito en el Siglo I. Cuenta don Plinio que Apeles, el más grande de los pintores griegos, somete  sus obras a exigentes autocríticas. En su obsesión, tenía por costumbre exhibir sus cuadros en la plaza pública, y se escondía con disimulo detrás de ellos para escuchar los comentarios y opiniones de los transeúntes cuando se detenían a observar su obra. Una tarde, pasa un zapatero, deja caer la mirada en el cuadro y estallando en carcajadas, se burla del tamaño de una sandalia en un retrato de cuerpo entero. El pintor acepta con humildad el comentario, y ya en su estudio, corrigió el defecto. Pero al día siguiente, el zapatero volvió a pasar y, al ver con orgullo que el pintor corrigió la sandalia, empezó entusiasmado a criticar otras partes del retrato. Entonces, Apeles, indignado, exclamo: “¡Zapatero, a tus zapatos!!!”
Vienen a cuento estas disquisiciones en un tiempo en que, escudados en el más absoluto anonimato y, amparados en la falta de leyes que reglamenten las acciones de los usuarios de Internet, cualquiera se lanza a dañar sin fundamento la imagen de cocineros y restaurantes. La actitud de los responsables de Fondo de Olla, entre otros sitios igualmente serios, firmando cada uno de sus comentarios (en ocasiones lejos de ser complacientes), demuestra que se puede criticar honestamente. En definitiva, toda crítica bien fundamentada es bienvenida, ayuda a corregir errores, crecer en la actividad. ¡Pero no se puede opinar de lo que no se entiende, ni hablar porque el aire es gratis! Hace un tiempo, uno de los responsables de la Guía Oleo, reconoció que se detectaron (IP mediante) críticas de competidores directos del establecimiento afectado, y trataron de compensar habilitando la posibilidad de respuesta, buena iniciativa que no repara, sin embargo, el daño hecho.
La guía Yelp, nacida en los Estados Unidos y ya vigente en Canadá y varios países de la UE, recibió pedidos de restaurantes para que los sacaran de su base de datos. En Italia, un chef demandó y ganó un juicio a una persona que lo criticó (amparado en el anonimato) con saña destructiva apelando a mentiras; pasó algo similar en China y en otros países de Europa. Pero en mi humilde opinión, la simple decisión de exigir todos los datos de filiación al crítico potencial darían mas seriedad a la cuestión: nadie se animaría a mentir si sabe que puede responder a una demanda por daños y perjuicios, lucro cesante, etcétera.
Las anécdotas son infinitas: un comentario sobre lo mal que se come al mediodía ¡en un restaurante que nunca abrió al mediodía!, una señora que participa de una cena de ocho personas, que no paga ella, y vuelve cuando el establecimiento ya está cerrado ¡mostrando un vaucher y exigiendo que le hagan el descuento!, y escribe que no cumplen con las promociones. Alguien que se embriaga en compañía de otra pareja, arma un escándalo, agrede a otros comensales, no paga, ¡y dice que comió mal y le cobraron de más! Otro que cuenta los trozos de pulpo en una paella y dice que estaba duro ¡cuando en la paella de ese restaurante no se incorpora pulpo por razones obvias! No falta el que acusa de maltrato a un mozo, que sólo indica que cuiden al niño que está rompiendo alegremente parte de la vajilla, y corre el riesgo de lastimarse.
Es fácil difamar desde el anonimato que garantizan las guías on line. Por otra parte, no cualquiera tiene conocimientos y cualidades que lo conviertan en buen crítico; un buen futbolista, por ejemplo, no es necesariamente buen analista o comentarista de ese deporte. Somos conscientes de que el público, gracias a blogs, revistas y cursos, viajes, están más informados sobre alimentos y bebidas. Pero se corre el riesgo de creerse habilitado para opinar de temas arduos, que requieren experiencia, y caer en la tentación de “hablar por boca de ganso”. Este dicho nace de la antigua costumbre de llamar “gansos” a los pedagogos, tutores o ayos, que enseñaban a los niños con el método de memorizar, repetir las ideas impartidas como si fueran propias, hablar, en definitiva, “por boca de ganso”; de la misma manera muchos “conocedores” repiten lo leído u oído sin analizar su veracidad.

Quien es criticado, tiene el derecho de conocer la idoneidad del crítico, y si amerita ejercer el derecho a réplica en el mismo medio donde se publicó la crítica que se considera ofensiva. Pero si el que agrede se esconde en seudónimos del tipo “pancho satisfecho”, “comilón tuerto”, “poco me importa”, no dan ganas de dar batalla, emular a Don Alonso Quijano arremetiendo contra los molinos de viento. Resumiendo, detrás de la carrera de un cocinero o la trayectoria de un restaurante, hay en general mucho sacrificio, horas quitadas al sueño y la familia, quebrantos financieros, cierres y aperturas que encierran dramas y alegrías. Pero es justo que se critiquen las cosas mal hechas, fuera de las reglas del arte culinario, o los abusos, también los aspectos subjetivos como los puntos de cocción, presentación de los platos, sistemas de servicio, decoración; la condición es una: que se hable o escriba siempre con conocimiento de causa, dando la cara y poniendo la firma al pie de cada opinión. A predicar con el ejemplo: mi nombre es Manuel Corral Vide, cocinero y periodista.

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