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¿De qué podrían servir las humanidades en una era digital?
Por: Nicholas D. Kristof
Estudiantes universitarios centrados en humanidades podrían terminar, cuando menos en las pesadillas de sus padres, como paseadores de perros trabajando para quienes se graduaron en informática. Pero, para mí, las humanidades no sólo son relevantes sino también nos dan una caja de herramientas para pensar seriamente con respecto a nosotros mismos y el mundo.
No me gustaría que todos fueran licenciados en arte o literatura, pero el mundo sería más pobre —figurativamente, al menos— si todos estuviéramos codificando software o dirigiendo empresas. Queremos también que los músicos nos despierten el alma, que los escritores nos conduzcan a tierras de ficción y que los filósofos nos ayuden a ejercitar la mente y enfrentar el mundo.
Los escépticos podrían ver la filosofía como la más irrelevante y autocomplaciente de las humanidades, pero la manera en que entiendo el mundo está moldeada por tres filósofos en particular.
Primero, sir Isaías Berlín describió el mundo como confuso y complejo, con muchos valores compitiendo, pero, incluso así, ni un criterio simple para determinar cuál debería superar a los otros. Anhelamos una respuesta verdadera, pero es nuestra fortuna luchar por reconciliar objetivos inconsistentes. Se refirió a esto como pluralismo de valores.
Sin embargo, sir Isaías también advirtió que no se debe sentir el nerviosismo que a veces paraliza a intelectuales, la idea de que todo es tan complejo, matizado e incierto que uno no puede actuar. Es la idea ridiculizada por Yeats: “Los mejores carecen de toda convicción, en tanto los peores están llenos de intensidad apasionada”.
Sir Isaías argumentó a favor de reconocer dudas e incertidumbre, y después seguir adelante. “Los principios no son menos sagrados porque su duración no puede ser garantizada”, escribió. “De hecho, el mismo deseo de garantías de que nuestros valores sean eternos y seguros en algún paraíso objetivo es, quizá, tan sólo un anhelo de las certezas de la infancia”.
En segundo, John Rawls ofrece una útil manera de pensar con respecto a temas actuales como la desigualdad o la pobreza, de institucionalizar lo que le falta gravemente a nuestra sociedad: empatía. Explora cuestiones básicas de justicia, conduciendo a una cautivante explicación de por qué deberíamos crear redes de seguridad para apoyar a los pobres y buenas escuelas para ayudarles a sus hijos a lograr una vida mejor.
Rawl sugiere que se imagine que todos nos reunimos para acordar un contrato social, pero desde una “posición original” para que no sepamos si seremos ricos o pobres, inteligentes o tontos, diligentes o perezosos, estadounidenses o bangladesíes. Si no sabemos si naceremos en una acaudalada familia suburbana o de una madre soltera en un cinturón de pobreza, estaremos más inclinados a favorecer medidas que protegen a quienes están al fondo.
O, en el contexto de las noticias actuales, pudiéramos tener menos probabilidades de deportar a niños hondureños de vuelta a las condiciones de desolación de las que han huido.
Aún permitiremos que la desigualdad cree incentivos para el crecimiento económico, pero Rawls sugiere que, de una posición original, elegiremos estructuras que permitían desigualdad sólo cuando los miembros de la sociedad en mayor desventaja también se beneficien.
El tercero, Peter Singer, de la Universidad de Princeton, ha sido el pionero de la discusión pública de nuestras obligaciones morales con los animales, incluidos aquéllos que criamos para comernos. Singer escribió un histórico libro en 1975, Liberación animal, y cita razonamientos utilitarios para argumentar que está mal infligir crueldad a vacas, cerdos o gallinas sólo para que podamos disfrutar de un sabroso almuerzo.
Se ha reconocido desde hace ya largo tiempo que tenemos algunas obligaciones éticas que trascienden nuestra especie; es por eso que somos arrestados si torturamos gatitos u organizamos peleas de perros. Con todo, Singer se enfocó de lleno en la agricultura industrial y la pregunta tres veces al día de qué ponemos en nuestro plato, convirtiendo eso no sólo en un tema gastronómico sino también uno moral.
No soy vegetariano, aunque a veces me siento tentado, pero los argumentos de Singer siguen aplicando. ¿Dejamos de comer huevo normal o pagamos más por huevos de animales criados fuera de jaulas? ¿Debería comer paté de hígado de ganso (lo cual se logra torturando gansos)? ¿Damos preferencia a restaurantes que intentan conseguir cerdo o pollo en formas que inflijan menos dolor?
Así que déjenme contestar a la idea de que las humanidades son oscuras, arcanas e irrelevantes. Estos tres filósofos influyen sobre la manera en que pienso en política, inmigración, desigualdad; incluso afectan lo que como.
Vale la pena también destacar que estos tres filósofos son recientes. Para adaptarnos a un mundo cambiante, necesitamos software para nuestros teléfonos celulares; necesitamos igualmente nuevas ideas. Lo mismo va para literatura, arquitectura, idiomas y teología.
Nuestro mundo se enriquece cuando escritores de código y comercializadores nos deslumbran con teléfonos inteligentes y tabletas, pero, por sí solos, son meramente bloques*. Es la música, los ensayos, el entretenimiento y las provocaciones a las que ellos acceden, generados por las humanidades, que los animan. Y nosotros.
Así que sí, las humanidades siguen siendo relevantes en el siglo XXI, justamente con la misma relevancia que un iPhone.
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