Basta con ver la vidriera de cualquier librería para entender el inmenso poder económico detrás de los libros de cocina. Es difícil encontrar estadística concretas, pero según la página (en inglés)
http://bit.ly/bGDJBp, para el año 2006, sólo en USA, se vendieron 500 millones de dólares en libros de cocina. Se trata de una industria tan poderosa, que desde 1995 posee un magno evento llamado “Gourmand Awards” para premiar los mejores libros de cocina (
http://bit.ly/KU9DM5), y se calcula que cada año entran en concurso 10.000 libros.
A la luz de números semejantes, el título de este artículo podría parecer una provocación. Pero le invito a entrar a su cocina mientras lee estas líneas. Allí están. Con su orden descendiente de tamaño, que recuerda a una pirámide ladeada. Justo al lado del pimentero de madera y la vieja balanza de pesar harina. Testarudos como parte omnipresente de la decoración de las cocinas. Son los libros de recetas. Los que se ojean unas cuantas veces, y quedan para siempre como recuerdo de ágapes grandiosos o de seducciones planificadas. Rara vez los volvemos a abrir, pero seríamos incapaces de regalarlos. Los primeros que acomodamos luego de una mudanza. Libros de 100 recetas, de los cuales, salvo el caso de algunos disciplinados estudiosos, hemos hecho a lo sumo 5 recetas que nos aprendemos de memoria. Cabe entonces preguntarse: ¿Por qué se venden tanto? ¿Para que sirven?.
Los libros de cocina indudablemente son objetos de culto tanto para fanáticos y gastrónomos, como para profesionales de la cocina que recurren a ellos en busca de inspiración y nuevas ideas. Vistos en retrospectiva, suelen ser una fuente estadística fabulosa que nos permite entender la evolución de la manera de diseñar libros, fotografiar, cambios en los hábitos y dietas de la gente, ingredientes y decoraciones que se imponen a lo largo de diferentes generaciones, e inclusive la influencia cultural de un país en un momento específico de la historia.
Pero mas allá de los especialistas en el área, los grandes compradores de libros de recetas son personas que no viven de la restauración como oficio. Quizás, y especulamos con la afirmación, los grandes compradores y beneficiados, son los principiantes. Los emancipados que dejan por primera vez la casa y ya no tienen madre que les cocine, los divorciados que se encuentran por vez primera ante una sartén, los recién casados y los que migran. Todos se enfrentan a una primera vez frente a una cebolla. Por eso seguramente, aunque no abran mas nunca el libro de recetas que los sacó del escollo inicial, esos primeros libros se guardan como tótems sagrados en anaqueles de la cocina.
Otra de las razones detrás del inmenso éxito de los libros de recetas, radica en el hecho de que estos son un poderoso aliado a la hora de seducir. Son muchas las veces que nos ha tocado cocinarle a una suegra, a la persona que queremos, al grupo de amigos que nos disponemos a impresionar. En todos esos casos, apelamos inevitablemente a ese libro. Rezando para que nos salga bien el plato que hacemos. Confiados en las instrucciones. La cocina es rutina y estos libros nos sacan de ella. Los libros de recetas se parecen mucho a los de cualquier oficio por el hecho de que son comprados por personas con las mismas afinidades manuales, que aspiran llegar al grado de experticia que señalan las fotos y las instrucciones; pero con el aliciente adicional de que pasan a ser portales que nos llevan de viajes a otros países, de la mano de aromas y costumbres.
Pero son tres los aspectos fundamentales por los cuales un libro de receta no solo sirve, sino es fundamental: Son reservorio de nuestra memoria gustativa, dejan documentada nuestra oralidad y son parte de nuestro pasaporte. En tiempos en que estamos dándoles a nuestros hijos menú para niños en los restaurantes, y con ello robándoles el derecho a tener memoria gustativa que los una a su acervo; los libros de cocina serán esa memoria cuando crezcan. Nos reclamarán por no haber compartido con ellos en la mesa, pero tendrán una herramienta para subsanar nuestra falta. La gran virtud de un libro de recetas tradicionales es que logra transcribir la oralidad de fogones y tardes, que ha pasado de abuela a hija, y la convierte en caracteres. Cada vez que alguien emigra de Venezuela y, libro en mano, se aboca a la tarea de conjurar nostalgias o de impresionar amigos de esas tierras, el libro de cocina pasa al ser el libro de un mago que, con recetas de pócimas milenarias, invade nuestras casas de país.
Son muchos los factores necesarios para internacionalizar una cocina. Indudablemente el que en las vidrieras de las librerías esté escrita la palabra Venezuela es uno. Y al abrir sus páginas la palabra arepa saltará, recordándonos para que sirve un libro de recetas.
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